El despertar de una vida

El perfume embriagador de la flor de azahar, en la huerta murciana, tal vez llenó el aire a destiempo aquel 30 de septiembre de 1893 en que vio la luz la pequeña Josefa Alhama Valera.

La primera de nueve hermanos, de familia muy pobre, nace en una barraca del Siscar, en el ayuntamiento de Santomera, Murcia (España). Fue bautizada en la iglesia parroquial dedicada a la Virgen del Rosario. Su padre, José Antonio, era jornalero del campo, con muy poco trabajo, en una tierra, unas veces agotada por el sol del Levante español y con escaso regadío en la época, y otras arrasada por catastróficas inundaciones que casi siempre cobraban alguna víctima humana.

Josefa crece vivaracha e inteligente, juguetona y traviesa como todos los niños. Una niña despierta, activa y dotada de una innata y extraordinaria piedad. Sus travesuras, las típicas, aunque alguna impregnada del suave aroma de la santidad, ya desde entonces. Entre los siete y los ocho años de edad la llevan a casa del párroco de Santomera y allí es educada por las dos hermanas del mismo, Inés y María.

Con nueve años, movida por el gran deseo de hacer la primera comunión que en la época se demoraba hasta los doce años, una mañana que celebraba la Misa un sacerdote de fuera, aprovecha la ocasión para “robar” a Jesús y empieza, con El, una relación de intimidad que durará toda la vida.

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